Es fácil apreciar los grandes momentos con los que hacemos el relato de nuestra vida. Suele ser un relato de novela, lleno de grandes éxitos, enormes fracasos, amores combustibles, dolores que resisten la morfina… No es tan fácil apreciar el grueso de nuestra vida, esa que está hecha de cosas muy pequeñas, de suavidad en el gesto, de tiempo entregado a mirar el cielo, de conversación ligera que llena de paz el día. No es tan fácil asumir con aprecio nuestra novela de muchas páginas donde parece no ocurrir nada, como esas hojas y hojas que transcurren intrascendentes en una novela de Pérez Galdós.
Una hoja nueva.
Un lienzo en blanco.
Un escenario vacío.
Los dedos sobre las cuerdas.
Un ordenador nuevo con el primer documento a iniciar.
Un desafío.
La duda constante.
Ganas de sacar algo pero no saber qué.
Solo el deseo de inauguración, de creación desde la nada hacia un objeto por descubrir.
Hay veces que se inicia un acto creativo en base a una necesidad, a ilustrar algo grabado, a representar un sueño, a contar una historia vivida u observada, a cantar un dolor o un placer.
Y hay veces en que no existe nada de eso.
El único deseo del acto por sí mismo.
La inauguración de un objeto.
Un ordenador cuyo primer documento puede ser una hoja de cálculo con los gastos del mes, un vídeo del último cumpleaños, el retoque de alguna foto casual, una carta dirigida a un fin formal, un correo electrónico sin mayor trascendencia…
Pero no quieres eso.
Quieres el ceremonial de inauguración en toda regla.
Es tu objeto tótem por excelencia y deseas inaugurarlo con algo auténtico de tu alma.
Y resulta que no se te ocurre como rellenar aquello.
Mientras estás en estas elucubraciones, descubres que ya te aproximas a las 200 palabras y que aquello que querías hacer se está haciendo solo y sin querer.
No sabes si es exactamente lo que querías hacer, porque en realidad deseabas hacer algo importante, lo mejor de tus últimos tiempos.
Entonces te das cuenta.
Y te das cuenta de que estás haciendo exactamente lo que deseabas hacer en un principio. Share on X
Y te das cuenta de que estás haciendo exactamente lo que deseabas hacer en un principio.
Solo deseabas un acto ritual, la simple ceremonia en sí, la invocación del servicio que el objeto brindaría.
Y descubres, al tiempo, que escribir acerca de él es complicado, hay muy poco que decir, es un objeto al servicio de, no está cargado de historia y está abierto a cumplir cualquier fin.
De antemano, está dispuesto a todo.
Puede servir fielmente a compilar datos de futuras víctimas para un asesino en serie, o servir de plataforma para realizar bellas presentaciones de flores.
Puede servir al poeta o beneficiar al traficante de drogas.
Puede ser herramienta para que el secretario de una asociación planifique actividades para que el barrio disfrute y se divierta, o puede servir para que cualquier presidente de cualquier país haga eso que adoran, elaborar sus leyes para aplastar la libertad de sus ‘ciudaesclavos’.
Es un objeto, viene limpio, no tiene ideología ni moral ni credo.
Es bello por eso, es libre, es amable y servicial.
No hace juicios ni se arroga facultades que no le pertenecen, simplemente es lo que es, y no pretende ser más.
Desea servir y cumplir su misión lo mejor posible hasta el fin de sus días.
Puede ser un gran ejemplo a seguir.
Puede ser todo un descubrimiento.
No quiere ser más pero tampoco menos.
Y está abierto, está limpio y cristalino, sus letras son claras y sus imágenes brillantes.
(Imágenes muy personales, un ordenador como el viejo y parecido al nuevo, los bolígrafos de antaño y una guitarra de viaje casi idéntica a la mía.)
Así, el ceremonial de inauguración del objeto, se llena de contenido, su propio y auténtico contenido, que no es otro que un profundo y completo vacío, donde no hace falta nada más, donde todo es en sí mismo y a sí mismo se completa.
Así se inaugura este ordenador, con este simple escrito, con esta reflexión que no lleva a nada más que a la comprensión de que cada cosa tiene lo propio que decir y no puede agregársele nada más.
Para qué inventarle una historia que no tiene ni desea, para qué armar grandes aventuras a algo que permanece en la quietud. Share on X
Para qué inventarle una historia que no tiene ni desea, para qué armar grandes aventuras a algo que permanece en la quietud.
Esto es todo lo que tiene que decir, seguramente se parezca a la nada, pero esa es su justa medida, su medida exacta, en la que expresa su plenitud y en donde habita la dicha.
¿Sabes cuál es tu medida exacta?
¿Tu punto medio?
¿Te has agregado atributos innecesarios, dolores olvidados o risas de media boca?
¿Te has quitado méritos merecidos?
¿Te has unido a la troupe de los humildes sin por qué?
Tal vez sea una invitación a mirarnos en nuestra medida exacta.
Nos gusta aprender de los demás, de nosotros mismos.
Admiramos el aprendizaje que nos brinda una flor o un animal cualquiera.
¿Qué tal si aprendemos también a aprender de lo que un simple objeto como un ordenador, tan venerado a veces, tan despreciado, otras, tiene para enseñarnos?
Él sabe estar en su lugar y comportarse como le corresponde.
Sorprende tanta sencillez y grandeza, invita a seguir tan deslumbrante coherencia.
Merecía una inauguración, y él guía en la más adecuada a su esencia.
No defrauda, aunque parezca la nada, esa es su maravillosa exactitud, su brillante sabiduría.
Leandro Ojeda López
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