Te enojas por tu enojo, pero en ese enojo tal vez encuentres la punta de ese nudo que no podías desatar desde hace muchos enojos.
Entonces te surge el enojo y quieres hacerlo desaparecer del mapa.
Algo dentro tuyo te ha desbordado y esa persona que estaba al lado tuyo y que hasta hace muy poco era tu amigo y tu cobijo te ha sacado de las casillas y se ha vuelto tu enemigo.
Quisieras hacerlo desaparecer, borrarlo de la existencia, de tu existencia y de todas las existencias.
Te ha dicho justo aquello que más te hiere, aquello que no quieres oír de ningún modo porque te ocupaste muy bien de enterrarlo en lo más profundo.
Ha dado luz a ese sentimiento que habías amordazado y maniatado y lo habías encerrado bien encerrado en un recoveco inaccesible de tu intestino.
Entonces, te mira a los ojos y te lo suelta sin previo aviso.
No se dio cuenta, no, no se dio cuenta, no lo hubiera dicho de haberlo sabido.
Y quieres borrarlo… porque no has permitido nunca a nadie que te desnude de la manera que se acaba de atrever a hacerlo.
Pero, ¿y si tú, de alguna manera, hubieras puesto a esa persona en tu vida justamente para que te ayude a desatar ese nudo?
No es una afirmación, es solo una hipótesis, una metáfora para pensarlo desde otro ángulo.
¿Y si fuera que esa persona que tanto apreciabas hace un rato y que ahora odias, hubiera venido convocada por ti y, una de las razones por las que la has traído, ha sido para que desate ya ese nudo que no te deja avanzar, para que disuelva esa piedra pesada que tú crees que tienes bien escondida y que no molesta para que por fin puedas dar el siguiente paso?
Podría ser, tal vez… solo que te duele, te duele muchísimo y la herida que abre es tan grande que no puedes soportar el dolor.
Te acaba de tocar justo en la herida, en donde duele.
Aunque es posible que te haya tocado justo donde necesitabas que te toque para que el dolor dormido vuelva a despertar y sea oído.
Pero no puedes verlo así ahora, y juzgas que lo ha hecho, además, sin tacto.
Fotografías: Ilya Kisaradov Ezorenier
Y ahora, en este preciso instante, no puedes entender aún que lo ha hecho así porque no podía de otra manera, porque, tal vez, también tenga una herida profunda que justamente encaje complementariamente con la tuya, como si engarzaran y parecieran partes de una misma pieza.
Quizás también actúe desde su herida, y sienta lo mismo que estás sintiendo tú pero desde el otro lugar.
¿Y si también se hubiera acercado a ti para arrancar esa espina clavada profundamente que no podía arrancar hasta hoy?
Pero ahora… ahora no se entienden y no hay explicación ni metáfora posible que alivie el dolor rápidamente.
Parece lo peor, pero quién sabe si están haciendo justamente eso que debían hacer.
Lo sabrás en un tiempo, y si es así, lo verás claro y lo reconocerás.
Y si es así finalmente, cuando hayas podido verlo con total claridad, los próximos enojos podrás observarlos desde otro lugar.
Te habrá nacido una capacidad nueva de enojarte.
Respirando, observando y agradeciendo, en el centro mismo de la ira y la angustia…
Previendo que una nueva oportunidad puede estar abriéndose paso, un quiebre en la dirección, un nuevo aprendizaje, una llave para crecer.
Y el enojo te viene en forma de agradecimiento, aunque te cueste sentirlo en su plenitud.
Ya el enojo no es tan intenso.
Ya no culpas al otro.
Y ya eres consciente de que puede estar poniéndose en juego un momento importante de tu vida.
Aunque hace un rato no lo imaginaras y discurrieras la rutina soleada, sin advertir que un rayo había sonado a lo lejos y pronosticaba esta tormenta pasajera que te acaba de empapar hasta la parte más escondida de tu alma.
Leandro Ojeda López
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