Practica el no-hacer, y todo se colocará en su lugar.
Lao Tse
¿Has visto qué satisfacción se siente cuando llegas por fin a esa meta que ni eras capaz de soñar?
Las metas está bien tenerlas, trazarlas, soñarlas y rebasarlas…
Soñar aún más allá de lo que eres capaz de imaginar.
Luego te las olvidas y sigues la vida.
¿Y has visto que felicidad se siente cuando te encuentras en ese lugar que habías sido incapaz de imaginar tiempo atrás que era el lugar que querías, y querías tanto que no eras capaz ni de soñarlo?
Pese a todo, aunque alguna que otra vez has podido comprobar esto que te estoy diciendo, sigues y persigues aquello que crees que te hará feliz.
Generalmente son cosas. O personas, pero cosificadas en verdad.
Cuando tengas ‘ese’ trabajo serás feliz.
Cuando tengas el amor de ‘esa’ persona serás feliz.
Y, en tanto, dejas pasar aquello que no llega ni a trabajo pero que te hubiera quitado la necesidad.
Y dejas pasar el amor de tu vida que ni advertiste porque no era ni tan alto ni tan guapo ni tan poderoso como lo habías generado en tu imaginación.
Y te has puesto a seguir los pasos que compraste de un gurú de internet que te explicaba cómo manifestar.
Y especificaste con lujo de detalles exactamente lo que deseabas y cómo lo deseabas.
Y lo visualizaste media hora por día durante veintisiete días.
Y te llegó.
Pero se te olvidó poner que oliera bien y que no roncara.
Y vuelta a empezar…
Esta vez lo harás mejor, te dices, y no se te escapará ningún detalle por minúsculo que sea.
Y esperarás la felicidad, entonces, porque ya has visto que casi te funciona, solo que el error fue tuyo.
Te empeñas en hacer, en poder, en querer hacerlo tú y no permitir que venga hecho mientras haces otras cosas que tal vez te parezcan que no vienen a cuento.
Como, por ejemplo, ser feliz ahora mismo mientras riegas las macetas del patio, o mientras esparces el orégano sobre el tomate y lo mojas en aceite.
Quieres sentirte poderoso en forjar tu destino mientras te dejas tu poder en un futuro inexistente.
Ni siquiera se te ocurrió pedir paz.
Paz así a secas, sin agregarle ningún detalle, sin ponerle nombre, sin poner caras ni medidas ni situaciones ni razones.
¿No te das cuenta que vivir en esa necesidad, en esa presencia constante de ausencia de lo que no tienes tampoco es vida?
Te llenará de más ansiedad y te será más difícil abordar la solución a cualquier problema.
En cambio, si entras en momentos de paz y los vas ampliando, estarás dejando espacio a que la claridad llegue y tu solución aparezca.
Se presenta de maneras tan extrañas, que, a veces, descubres que el problema era justamente el intentar solucionar el problema a toda costa.
No tenías que resolver ese asunto, justamente al revés, tenías que dejarlo ocurrir.
Aceptar que, aunque tal vez te traiga trastornos el no poder solucionarlo, y aunque quizás te quedes en una situación complicada, sin embargo, te sientes liberado y se te abren las posibilidades de abordar aquello que deseabas por años y ni siquiera suponías qué era.
Fotografías: Mara Saiz
Entiendo que entender el ‘hacer el no-hacer’ no sea cosa fácil del todo.
Es más fácil experimentarlo.
Hace falta decisión, voluntad, valentía y fe para dejar de hacer.
Pero sinceramente, dime, cómo quieres saber exactamente lo que quieres en este momento si por conducir con tu deseo a proa has llegado a donde estás y donde estás no es donde te gustaría estar.
Hacer el no-hacer es una paradoja.
Pero es que ¿te has fijado que la paradoja está en la base de muchas cosas y que te está diciendo justamente que lo real y verdadero no siempre puede ser explicado con palabras ni con conceptos?
Empieza a practicar el hacer el no-hacer y observa qué empieza a suceder.
¿Dónde estás?
¿Te ves?
Vuelve.
Siempre estás a tiempo.
Mírate al espejo.
Dime qué estás viendo.
¿Te ves más viejo?
Mira mejor, mírate profundo a los ojos.
¿Ahora estás viendo a ese niño que habita en ti y no se ha ido en ningún momento?
Bien.
Ya estás de regreso.
Pues ahora, nada.
Vete a la cama un rato.
Acurrúcate en ti.
Cántate una nana.
No hagas nada.
Juega como jugó tu alma cuando nació y apenas creció.
Descansa.
Sigue sin hacer nada.
Arrúllate en tu niño.
No lo olvides más.
Siente su respirar tranquilo y juguetón.
Pero ¡si es un bebé hermoso dispuesto a comerse el mundo con pétalos de flores!
Bien, ya estás de vuelta.
Ya no tienes que hacer para permitir que todo se haga.
Cuando tú regresas a ti, todo te regresa.
Leandro Ojeda López
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