• La vida siempre se abre camino

    »  Categoría: , Autor: Leandro Ojeda López

    Aún en medio de tanta muerte, la vida es irrespetuosa y, sea como sea, a codazos, a besos o a trompicones, la vida siempre se abre camino.

     

     

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    Escúchame.

    No ha ocurrido nada que no se pueda resolver o que, tal vez, bien mirado, sea por algún bien mayor.

    Escúchame y no me creas a mí, cree en la vida, cree en tu propia vida.

    Entiendo, te comprendo, sé que no es fácil mantener la calma en el momento duro. 

    Pero si ahora eres capaz de conseguir ese instante de pausa en medio de olas de sufrimiento, escúchame.

    Haz un veloz y fugaz repaso por los hechos más desgraciados de tu vida. 

    Sí, lo primero que te venga a la cabeza tal vez sea de lo más relevante. 

    Si puedes, toma nota; no hace falta que te esmeres, cualquier apunte rápido con letra desgarbada estará bien.

    Haz un pequeño esfuerzo más si te es posible, y repasa aquellos sucesos terribles que no recuerdas, esos que no suelen venirte a la cabeza ni cuando disfrutas de tu vida desgraciada en el confort de tu sufrimiento.

    Sí, esos episodios ocultos, sepultados en el fondo de la memoria, esos, seguramente, son los que más te están jodiendo. 

    Yacen y saltan cobijados en la oscuridad de tu subconsciente. 

    Lo más posible es que los hayas barrido bajo la alfombra porque no podías ver sus ojos amargos.

    Hasta quizás te encuentres con aquella historia pasada que resolviste tan bien y donde todo quedó perfectamente zanjado, pero que se ve que escondió mucho dolor sin expresar, mucha rabia sin maldecir.

    Bueno, está bien, algunas notas nada más.

    Si te gustó, sigue, expláyate, tienes todo el tiempo.

     

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    Cuando lo sientas, observa detenidamente y comienza a recordar qué cosas o sucesos significativos ocurrieron detrás de todas esas muertes.

    Inmediatamente… días después… unos meses…

    Hazlo a conciencia.

    Fíjate cómo lograste salir de ahí.

    Observa cómo tu vida cambió.

    A veces radicalmente.

    Fíjate bien y verás que podrás detectar algunos nacimientos tras esos fallecimientos.

    Ten coraje, hazlo.

     

     

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    Siente internamente cualquiera de esos momentos y percibe cómo era de real esa sensación de que tu vida acababa allí, de que ese era el fin, de que no podrías levantarte ya nunca más, de que ese golpe había sido el último, el certero y el definitivo.

    Bien, lo haces muy bien, hay que tener mucho valor, te aseguro, para resentir un antiguo sentir.

    Fíjate en qué es lo que caía en esos desmoronamientos.

    Céntrate, por ejemplo, en la caída de aquella pareja.

    Lo que cayó ahí fue toda tu vida.

    Lo que pasó hasta ese momento, sientes que no sirvió para nada. 

    Lo que cayó, precisamente, fue todo lo que no fue.

    Lo que cayó fue lo que aún no existía.

    Lo que cayó fue todo ese futuro de posibilidades, felicidades y logros que habías tejido en tu mente.

    Todo el camino que te habías marcado quedó destruido de un plumazo.

    Y todo se acabó.

    Pero lo vivido no se acabó.

    No sirvió para materializar ese futuro, es cierto, pero está en ti.

    Lo viviste, lo sufriste y lo gozaste.

    Y está en ti para resentirlo cuantas veces desees o necesites.

    Pero fíjate qué pasó después. 

    Tu vida siguió.

    Tu vida no fue más aquella que imaginaste, fue otra, parecida tal vez, pero otra.

    Fue mejor, fue peor, qué importa. 

    Tu experiencia pasada y presente habita en ti.

    Mírala.

    Céntrate ahora solo en ver cómo seguiste con vida.

    No me digas que fue un desastre después, no, fíjate que pensabas que morirías y no ocurrió.

    Y no mientas, no dejes de lado todos esos sucesos felices. 

    No me digas que desde hace años no has reído una sola vez, o que no fueron muchas las mañanas en que el canto de los pájaros te brindó una inmensa felicidad.

     

    Agradece todo lo malo que trajo tanto bueno y tanto malo, otra vez, para más bueno. Share on X

     

    Fíjate en todos los futuros que se fueron dando distintos a los que habías planeado.

    Fíjate cómo detrás de todas tus desgracias, ocurrieron sucesos milagrosos que no hubieran podido ocurrir de no haber sucedido aquel hecho desafortunado.

    Observa, fíjate bien.

    Y vuelve a escribir.

    Toma nota de todo lo bueno, de los aprendizajes, de lo maravilloso o enriquecedor que pasó luego de ese hecho.

    No te quedes corto.

    Observa cómo fue que para que pudieras acabar con esa relación, antes tuviste que comenzarla, y que para comenzarla, años antes  tuvieron que pasar algunos de aquellos hechos desafortunados que torcieron tu destino y posibilitaron ese encuentro.

    No escondas nada. 

    Sincérate.

    Y ahora agradece.

    Agradece cada momento infeliz por su enorme aprendizaje.

    Agradece a cada ser que maldijiste por su amorosa o reveladora compañía.

    Agradece todo lo malo que trajo tanto bueno y tanto malo, otra vez, para más bueno.

    Agradece, reconoce, acepta y haz lo que tengas que hacer.

    Observa si has aprovechado esta pausa en tu sufrimiento para salir de allí.

    Ahora no hace falta que hagas nada, recuéstate, ve al parque a respirar árboles, lo que te venga en ganas.

    Mañana ya será otro día y, renacido, sentirás el agradecimiento de la vida y el agradecimiento de la muerte.

    Fíjate cómo la vida siempre, siempre, siempre, la vida se abre camino.

     

    Leandro Ojeda López
    
    

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