No te quedes en la puerta de la vida por miedo a perder lo que tienes y te encadena.
Te has quedado detenido, expectante, sin saber reaccionar.
Te has revestido de un manto de prudencia y no sabes cómo rasgar la persona que te cubre para dejar salir al ser.
Tienes miedo. Mucho miedo.
Si asomas la nariz, si levantas apenas el tono de tu voz… temes una reacción reprobatoria de quienes tanto te quieren, de quienes tanto quieren a ese que no eres y crees que detestarían al que eres en verdad.
Una situación embarazosa, ¿no te parece?
Quienes te quieren, tal vez no te quieren a ti, tal vez quieran al otro que no eres, al que por fin has desenmascarado ante los propios ojos de tu alma.
Te has quedado detenido, absorto, abrumado, a un paso del umbral de la vida y mirando desde dentro sin animarte a mover el pie, sin poder tampoco dar media vuelta y volverte como si nada hubieras visto.
Pero te has visto.
Ya no te eres indiferente.
Casi te pasó hace unos cuantos años.
Estuviste a punto de verte, llegaste a ver una ligera sombra de luz resplandeciente y temiste tanto el encandilamiento que cerraste los ojos justo a tiempo.
Y evitaste ver lo que ves ahora.
Solo que ahora lo ves agravado por más años de ese andar sonámbulo con que atravesaste el tiempo.
Pero necesitas tanto ser querido, necesitas tanto agradar, eres ‘tan bueno’ que cómo defraudar a quienes te han querido por siempre mostrándoles tu verdadera alma.
Esa alma que no siempre es del color que se espera, esa alma que no resiste al calificativo de ‘buena’, que aún pareciendo ‘mala’ en tanto, también resiste ese calificativo.
Esa alma hecha de luces y sombras, hecha de aristas, curvas y pasadizos secretos, escurridiza y, a la vez, clara y elocuente.
Temes hacer doler, temes provocar un desencanto, y, aún de este lado de la puerta, velas más por el mirar sin ver de los demás que por vivir tu vida en tu propia vida.
Estás ante un momento clave, el momento de tu vida.
No hay otro igual.
Puedes cerrar la puerta, dar vuelta la llave, poner cerrojo y candado, tapiarla y oscurecerla para que no asome rayo alguno de la fulgurante luz que acabas de ver proveniente de ese frondoso bosque de vida almada o rendirte a la evidencia del aletear de pájaros que cantan para agasajarte.
Pero ya nada será como antes.
Si eliges quedarte de este lado, ya no podrás borrar lo que sabes.
Ya no podrás seguir en tu propia ignorancia de ti; harás como si te ignoraras pero sabrás que estás ahí, acorralado y presente, en la esclavitud de tu propia personalidad.
Ya no podrás sonreír ingenuamente ni moderadamente acorde a tu personaje, todo tendrá un fondo amargo de la vida que reclama desde dentro ser vivida.
Y solo pensarás en hacer lo más fácil, que ahora parece lo más difícil, pero que se te presenta como lo único que puedes o deseas hacer.
Si eliges atravesar el umbral, entrar en tu vida y sentir el vibrar de tu alma manifestándose como un extraño y placentero fluir eléctrico por todo tu cuerpo, tu alma te abrazará y se hinchará de alegría, te acompañará a dar los pasos en ese bosque inmenso que parece no tener señales ni direcciones marcadas, pero donde todo se irá dando de maneras que no imaginas y que ni siquiera podrás calificar como buenas o malas, simplemente serán.
Te parece difícil, pero empiezas a comprender que no hay muchas alternativas.
Si tal vez no hubieras visto…
Si no hubieras leído nunca aquel libro…
Si jamás te hubieras cruzado con aquella persona que te miró a los ojos y desnudó tu alma…
Si tan solo te hubieras quedado dormido aquella mañana…
Pero no fue así, y ya no se puede cambiar.
Fotografías: Monia Merlo
Y cuando empieces a caminar en esta nueva vida que empiezas a vivir, o más bien, por primera vez en tu propia y auténtica vida, te sorprenderán cosas.
Descubrirás que muchos de los que ahora te quieren, empiezan a quererte más.
Descubrirás que sin saber cómo has iluminado sus ojos y ellos también empiezan a dejar relucir sus primeros brotes de vida almada.
Descubrirás que otros que ahora te quieren, no es que dejarán de quererte, sencillamente dejarán de estar, pero tampoco los echarás de menos.
Descubrirás que cada día te importará menos que te quieran y cada vez te importará más querer sin preocuparte de que te quieran.
Pasarán cosas, muchas cosas. Y no todo de lo que ahora calificarías como ‘bueno’.
Ten en cuenta que tu vida tal como la conoces ahora empezará a derrumbarse.
De que lo aceptes con más o menos lucha dependerá que haya sufrimiento o apenas el dolor natural de la piel que se sale y se sana con un poco de aloe y alguna tirita.
Y no todo será siempre estable.
No todo el tiempo estarás en ese paraíso soñado con ángeles cantando y nubes de algodón sobrevolando.
No.
Entrarás en la vida de lleno, una inmensa selva hecha de amores y desamores, de risas y tristezas, de dichas y golpes.
Pero querrás sumergirte en ella con la sabiduría del nadador que no sabe en qué aguas se mete, pero que se encomienda a la voluntad de sus brazos y a la fe de su respiración.
Dar ese paso no es nada fácil.
Seguir el camino que trae tampoco es que sea fácil.
Pero puede que volver atrás sea imposible y que no tenga ya ningún sentido.
Al fin y al cabo, has venido a esta vida a vivir, pues a qué esperar, entonces.
Cuando estás en la parada del autobús no dejas pasar el que te lleva a tu destino, no esperas al siguiente, simplemente lo coges con una naturalidad que no cuestionas.
Aquí es igual.
Estás en la parada y llevas tantos años esperando que te habías olvidado de qué esperabas.
Pero el autobús ya está aquí, así que ese paso tan pequeño que te separa se parece ahora a un gran salto.
Avanza esos centímetros, da ese tremendo salto hacia tu vida, es un pasito apenas, pero que parece un salto al vacío.
Sin embargo, no estará vacío, por primera vez estará lleno, lleno de ti.
Y ya no ansiarás que te quieran como una necesidad.
Habrá días, incluso, en que serás amado por el mismo amor y el amor encarnado en ti amará a todas las cosas.
Así que ahora, avanza.
Sé amor.
No te quedes en la puerta de la vida ni un minuto más.
Leandro Ojeda López
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